Los condes de la
Marca Hispánica y la crisis carolingia.
Siguiendo la tradición de los condes de ascendencia visigoda
-Wifredo el Velloso, Miró de Rosellón-Conflent y los condes de Ampurias Dela y
Suñer II- mantuvieron su fidelidad a los monarcas carolingios Carlomán
(879-884) y Carlos el Gordo (885-888), tal y como lo testimonian la visita a la
corte real de 881 llevada a cabo por los jerarcas catalanes para solicitar
privilegios, y el precepto otorgado en 886 por Carlos el Gordo a Teotario,
obispo de Gerona. Ahora bien, esta lealtad de los condes de la Marca toma, tras
muerte de Luis el Tartamudo, un carácter pasivo. Los condes, si bien no se
alzaron nunca contra los reyes carolingios, evitaron implicarse en las luchas
del reino. En 879, Luis III y Carlomán marcharon contra Boso, autoproclamado
rey de Provenza, título privativo de los descendientes de Carlomagno. Los
condes se declararon a favor de Carlomán pero no se unieron a la expedición,
actitud bastante diferente de la decidida y firme actuación, sólo dos años
atrás, de Wifredo y Miró en Septimania contra los seguidores de Bernardo de
Gothia. Igualmente, los jerarcas sur-pirenaicos no asistieron a la asamblea de
Ponthion (885) puesto que, para ellos, los ataques normandos representaban una
cuestión ajena y lejana.
Por todo esto, los condes de la Marca Hispánica rechazaron,
en un primer momento, al rey intruso Odón (888-898) pero tampoco se alzaron
contra el usurpador en defensa de los derechos del carolingio Carlos el Simple.
A su vez Odón, absorbido por las luchas contra los normandos, no pudo llevar a
cabo ninguna actuación política en el sur del reino, aun cuando, al final, hubo
un cierto acercamiento de los condes hacia este rey, debido a la crisis
eclesiástica motivada por el actuación irregular del presbítero Esclua.
En 886, aprovechando la ausencia del arzobispo Teodardo de
Narbona, el clérigo Esclua fue a Gascuña y se hizo consagrar obispo de Urgel,
diócesis de dónde, por instigación del conde Ramón I de Pallars-Ribagorza y con
la aprobación tácita de Wifredo el Velloso, conde de Urgel, expulsa al obispo
titular Ingoberto. La situación se complica, cuando Esclua pretende proclamarse
metropolitano de la Tarraconense, sustrayendo así las diócesis carolingias
hispánicas de la obediencia de Narbona. Con esta condición de metropolitano, el
obispo intruso de Urgel intervino en el contencioso creado en 887, cuando los
condes Dela y Suñer II de Ampurias rechazaron a Servus Dei, clérigo consagrado
obispo de Gerona por el metropolitano Teodardo de Narbona, de acuerdo con
Wifredo el Velloso. Accediendo a las peticiones de los condes ampurianos,
Esclua consagró, con la colaboración de los obispos de Barcelona y Vich, a un
nuevo obispo de Gerona en la persona de Eremir. En 889 Servus Dei tuvo que
refugiarse en el monasterio de Bañolas. Por otra parte, en 888, Esclua
recompensó a Ramon I (le debía su acceso a la sede de Urgel) con la erección
del obispado de Pallars, al tiempo que, para asegurarse el apoyo de Suñer y
Dela, se dispone a restablecer la antigua sede de Ampurias, existente hasta la
invasión musulmana.
Si en un primer momento, Wifredo el Velloso toleró el
destronamiento de Ingoberto -parece que no había una relación demasiado buena
entre ambos-, ahora, por su amistad con Teodardo de Narbona, no podía admitir
las pretensiones metropolitanas de Esclua. Además, por el interés de los condes
en la existencia de sedes episcopales en sus dominios, para controlarlas
situando familiares próximos o negociando la concesión a cambio de
contrapartidas políticas o económicas (de aquí la actuación de Ramón I y de
Dela y Suñer II en todo este asunto), Wifredo no podía permitir la elección de
unos nuevos obispados -Pallars y Ampurias- constituidos recortando el
territorio de diócesis situadas en sus condados de Urgel y Gerona. Por todo
esto, ahora Wifredo se declara en contra de Esclua y a favor de Teodardo y de
los obispos destituidos, Ingoberto y Servus Dei.
Ante esta situación, los condes de Ampurias creyeron
conveniente acercarse a Odón y reconocerlo como rey incluso aunque fuera un
intruso. En 889 el conde Suñer II y el obispo Eremir acudieron a Orleans, a la
corte de Odón y obtuvieron unos preceptos que, en el condado de Osona, incluían
una serie de donaciones reales a favor del obispado claramente lesivas para
Wifredo el Velloso. Fortalecidos, pues, por esta aprobación real, Suñer y Dela
ocuparon el condado de Gerona, calculando que Odón les podría conceder la
investidura. En estas circunstancias, Teotardo también decidió acercarse a
Odón, de quien obtuvo un precepto de protección real para la archidiócesis de
Narbona. Aprovechando la reconciliación del obispo Gotmar de Vich con Wifredo,
Teotardo pudo convocar, en 890, en Port -localidad próxima a Nimes- un concilio
con la asistencia de los arzobispos metropolitanos de Arlés, Aix-en-Provence,
Embrun, Apt y Marsella como también de los titulares de diócesis sufragáneas de
Narbona: Nimes, Carcasona, Albi, Uzès, Magalona, Agda, Besiers, Tolosa, Lodeva,
Elna y Vich. En este concilio, dónde se formuló una condena a las usurpaciones
de Urgel y Gerona, el obispo Gotmar de Vich se declara arrepentido de haber
colaborado con Frodoí de Barcelona y Esclua en la consagración anticanónica de
Eremir, y obtuvo el perdón de los padres conciliares, con el encargo de
comunicar las resoluciones sinodales a Suñer II de Ampurias.
La crisis eclesiástica se cerró definitivamente con un nuevo
sínodo en Urgel (892) dónde Esclua y Eremir, obligados a comparecer, serían
desposeídos formalmente de las sedes que ocupaban, las cuales fueron
restituidas a sus legítimos titulares. El obispo Frodoí de Barcelona conservó
la mitra sólo porque obtuvo el perdón del arzobispo Teotardo. De todo el
asunto, sólo sobrevivió, temporalmente, el obispado de Pallars. En 911 se
reconoció que esta diócesis, subsistiría sólo en vida de su titular Adolfo. Aun
así, Atón, hijo del conde Ramón I consiguió suceder a Adolfo y regir el
obispado hasta su muerte, el 949. En ese momento, la diócesis pallaresa se extinguió
y sus parroquias fueron reintegradas al obispado de Urgel.
El asunto Esclua es un testimonio de la pérdida del control
de la situación en las regiones meridionales del reino por parte de la
monarquía franca a finales del siglo IX. De una parte, en el sur de los
Pirineos los únicos condes que reconocieron a Odón como rey fueron los de
Ampurias y nada más por su interés en afirmar la situación de Eremir como
obispo de Gerona. Wifredo el Velloso, Mirón de Rosellón-Conflent y Ramón I de
Pallars no hicieron ningún acto de acatamiento a este monarca, de ahí que no
recibieran nunca ningún precepto real. Se permitieron, por tanto, mantener una
actitud de rechazo hacia un soberano al que consideraban ilegítimo. Por otra
parte, en toda esta crisis, los monarcas -tanto el carolingio Carlos el Gordo
(885-888) como el intruso Odón (888-898)- mantuvieron una actitud pasiva,
inconcebible en tiempos de Luis el Tartamudo y sus predecesores -Carlos el
Calvo, Luis el Piadoso, Carlomagno y Pipino el Breve. Estos soberanos, de
haberse encontrado con un asunto de estas características, habrían actuado
enérgicamente enviando una comisión de missi dominici a resolver el problema.
En cambio, Carlos el Gordo no tomó ninguna medida ante las deposiciones contra
derecho de Ingoberto de Urgel (886) y Servus Dei de Gerona (887), y, a su vez,
Odón mantuvo una actitud incoherente concediendo privilegios primero a Eremir
(889) y, después, a su rival Teotardo (890). Para Odón, conceder privilegios a
todo aquel que acudía a su corte era un medio para conseguir ser reconocido
como rey, y no una actuación orientada a resolver la crisis, superada, por lo
tanto, gracias a la actuación no tanto del monarca sino de los poderes
eclesiásticos y civiles de la región mediante los concilios provinciales de
Port (890) y Urgel (892) dónde la ausencia de delegados del soberano permitió
el destronamiento de Eremir, así como de los preceptos reales que había
obtenido en 889.
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“Las personas felices no tienen
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