En líneas generales, la arquitectura
palaciega del reinado de Felipe IV siguió el modelo post-escurialense, de rasgos
barrocos contenidos, que comenzó a forjarse con Felipe III. Este estándar
aparecía en estado puro en el desaparecido Palacio del Buen Retiro, cuyo origen
fue el llamado Cuarto Real, un anexo del Monasterio de los Jerónimos, que,
desde tiempos de los Reyes Católicos, era frecuentado por la realeza para su
descanso y retiro.
Siguiendo una iniciativa del Conde-Duque
de Olivares, en 1632 Felipe IV ordenó al arquitecto Alonso Carbonel la
ampliación del recinto y su conversión en residencia veraniega. El palacio fue
concebido como un lugar de recreo, función que quedó remarcada mediante una
configuración articulada alrededor de dos grandes patios, diseñados a modo de
plazas urbanas. La Plaza Principal estaba reservada a la Familia Real, mientras
que la Plaza Grande, de mayores dimensiones, era utilizada para la celebración
de fiestas, actos lúdico-culturales y eventos taurinos.
La primera fase, correspondiente al
núcleo central (Plaza Principal), se concluyó en 1633, sólo un año después de
realizarse el encargo. Por su parte, las obras de la Plaza Grande, el Picadero,
el Salón de Baile, el Coliseo y los jardines se prolongaron, a lo largo de
diferentes etapas, hasta 1640.
El recinto palaciego sufrió graves
desperfectos durante la Guerra de la Independencia y, finalmente, fue demolido
en la época de Isabel II, ante la imposibilidad de recuperación. Sólo se
conservan el Salón de Reinos y el Salón de Baile (o Casón del Buen Retiro), si
bien con importantes transformaciones en relación con el diseño original.
En lo que respecta a los jardines, el
Parque de El Retiro es heredero del trazado llevado a cabo en la época de
Felipe IV, aunque su fisonomía actual responde a múltiples remodelaciones
ejecutadas en periodos posteriores, principalmente en los siglos XVIII y XIX.
Entre los elementos primitivos que aún se mantienen, cabe citar algunos
complejos hidráulicos, como el Estanque Grande y la Ría Chica.
Además del Buen Retiro, el monarca mostró
una especial predilección por el Real Sitio de El Pardo, donde mandó construir
el Palacio de la Zarzuela, actual residencia de la Familia Real, y ampliar la
Torre de la Parada, a partir de un diseño de Juan Gómez de Mora. Este último
edificio fue erigido como pabellón de caza por Felipe II y resultó
completamente destruido en el siglo XVIII.
La arquitectura civil tiene en el Palacio
de Santa Cruz y en la Casa de la Villa, ambos proyectados por Juan Gómez de
Mora en el año 1629, dos notables exponentes.
El primero albergó la Sala de Alcaldes de
Casa y Corte y la Cárcel de Corte y, en la actualidad, acoge al Ministerio de
Asuntos Exteriores. Se estructura alrededor de dos patios cuadrangulares
simétricos, unidos mediante un eje central que sirve de distribuidor y acceso
al edificio. La horizontalidad de su fachada principal, que da a la Plaza de la
Provincia, queda rota por los torreones laterales de inspiración herreriana y
la portada con dos niveles de triple vano. Fue terminado en 1636 y ha sido
objeto de numerosas reformas en siglos posteriores.
Por su parte, la Casa de la Villa fue
diseñada como sede del gobierno municipal y Cárcel de Villa. Sus obras
comenzaron en 1644, quince años después de realizarse el proyecto, y
finalizaron en 1696. Junto a Gómez de Mora, colaboraron José de Villarreal, a
quien se debe el patio central, Teodoro Ardemans y José del Olmo.
Entre las residencias nobiliarias,
figuran el Palacio del duque de Abrantes, construido por Juan Maza entre 1653 y
1655 y transformado sustancialmente en el siglo XIX, y el Palacio de la
Moncloa. Este último fue erigido en el año 1642, a iniciativa de Melchor
Antonio Portocarrero y Lasso de la Vega, conde de Monclova y virrey del Perú,
su primer propietario. La estructura actual corresponde a la reconstrucción y
ampliación llevadas a cabo en el siglo XX, tras los daños sufridos durante la
Guerra Civil.
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